jueves, junio 07, 2007

Cartas a Roberta


Querida Roberta,
Te escribes porque te gustaría que alguien lo hiciera. Te sientes tan aburrida y tan sola, que sería inconcebible recibir una carta de alguien que no fueras tú misma. Hace un día de sol precioso, pero ni te has dado cuenta, tienes que escribirte para percatarte de ello. Podrías salir a dar una vuelta, pero te parecería insoportable ver al resto de los seres humanos acompañándose los unos a los otros. ¿Y tú? ¿por qué crees que a ti no te acompaña nadie? Veamos Roberta, para ser sincera, tú serías incapaz de dar el primer paso. Un simple “hola” te resulta abominable, ¿por qué tanto miedo?¿por qué tanta angustia?¿qué te asusta realmente? La gente no quiere hacerte daño, pero tú… ¿tú quieres hacerle daño a la gente? No, por supuesto que tampoco quieres, pero como no sabes cómo comportarte es muy probable que les hagas daño. Así que es mejor que nos quedemos en casa.

Anuncios por palabras


A Roberta le habían dicho que a esa edad ya debería empezar a buscarse la vida – perdón, la vida no: un trabajo; la vida la encontró a ella veinticuatro años antes y eso que Roberta se había escondido muy bien...
El caso es, ¿en qué podría trabajar Roberta? ¿Qué sabía hacer? Roberta sabía hacer de todo. Bueno, en realidad sabía hacer “mitades”, es decir, podía empezar cualquier cosa, sin costarle en absoluto aunque fuera algo que no hubiera hecho antes pero, jamás concluía nada, a excepción de una cosa: terminar de leer cualquier libro, incluso si no le gustaba demasiado.
En el fondo, Roberta era una muchacha muy normal, o sea, que tenía claro que tener un trabajo no sería la ilusión de su vida. Fue por eso que a Roberta se le ocurrió media idea: buscar un trabajo que no necesitara un fin concreto y que le gustara, porque había oído decir que el primer día que empiezas a trabajar en aquello que te gusta, dejas de trabajar. Decía antes que se le ocurrió media idea porque después no sabría que hacer con ella.
Roberta no tenía claro qué podía ser eso que le gustara tanto, así que se impuso sentarse esa misma tarde a pensarlo durante una hora, pero cuando iba por la media se cansó de pensar y decidió que lo que más le gustaba de todo, aquello que jamás le aburría y podía hacer sin molestia era soñar; soñar despierta claro, porque como ya sabréis, Roberta entre otros motivos, murió de insomnio.
Así las cosas, Roberta tenía dos muy claras: una, que era una soñadora; y otra, que no sabía para qué podía servir el soñar tanto. Después de deambular un rato por el pasillo de su casa – su zona de reflexión – , se le ocurrió buscar la palabra soñar en el diccionario, pero como no tenía el de la Real Academia, cogió el de Inglés-Español, Español-Inglés para ver si le hacía el apaño. S, So, Sol, Son, Sonrosar, Sonsacar, Sonsonete, Soñado, Soñador, Soñar; ahí estaba: to dream / to daydream. A Roberta esto no le dijo nada, así que hizo lo que otras veces, llamar al 1003 y preguntar por el significado exacto de la palabra soñar, para eso era el Teléfono de Información.

En el 1003, un contestador automático le dijo que ese número ya no ofrecía ningún servicio y que los nuevos teléfonos de Información eran muy variados en cuanto al tipo de Información y muy parecidos en cuanto al número, ya que todos comenzaban por 902. El coste de la llamada era... carísimo y que gracias por su llamada. Volvió a marcar, esta vez a un 902. Por suerte, eran los mismos operadores que trabajaban para el 1003, que ya estaban acostumbrados a las preguntas, absurdas desde ese lado del cable, de Roberta. La voz paciente que la atendía le preguntó para qué quería saber el significado de soñar. Ella le explicó todo aquello de ganarse la vida, etc, y el operador le aconsejó que si quería trabajar lo mejor era poner un anuncio en el periódico diciendo lo que sabes hacer. Entonces, se puso tan pesada con eso de soñar que colgaron al otro lado. Le entraron ganas de llorar, pero se aguantó. Roberta no había llorado nunca, le daba pavor; si sólo sabía empezar las cosas y lloraba un día de estos, lo más probable era que no supiese acabar con su propio llanto; ¿y si se ahogaba de tanto llorar? Pensarlo le ponía los pelos de punta, por eso no lo pensaba nunca, no fuesen a darle ganas de llorar el no saber cómo dejar de llorar. En fin, esa anécdota no importa ahora demasiado, lo que sí interesa es que Roberta se quedó con aquel consejo telefónico y fue enseguida a llamar a la sección de Anuncios Por Palabras del periódico local, y Roberta, que era una persona literalmente literal, dictó lo siguiente: SE OFRECEN PRINCIPIOS. Debajo pondrían su nombre y su teléfono.
El insomnio y la paciencia casi acaban con los nervios de Roberta aquella madrugada. Por suerte, igual que empezaba a tener insomnio, a la mitad de la noche empezaba a tener sueño y se quedó profundamente dormida.

A la mañana siguiente, compró el periódico en el que ella debía anunciarse. Y allí estaba, justo arriba de otro anuncio de un tal Joaquín que se ofrecía como profesor de fines. Intrigada, llamó a este individuo, tal vez entre los dos podrían formar empresa... Al otro lado, Joaquín, con una voz embriagadora, le explicó a Roberta que el anuncio tenía una falta de ortografía; no era profesor de fines sino de finés, el idioma que se habla en Finlandia. Roberta colgó el teléfono al borde de la indiferencia e incluso contenta, porque no le gustaba trabajar en equipo, al menos eso es lo que ella misma intentó hacerse creer hasta el minuto después en que soñó despierta que el tal Joaquín la llamaba con su preciosa voz para decirle que estaba arrepentido de querer ser profesor de finés en lugar de fines, y que formarían una empresa juntos dedicada a tener ideas completas, y se verían, y se enamorarían, y..., y..., y sonó el teléfono, pero no era Joaquín, sino un señor que decía carecer de moral y que estos momentos necesitaba unos principios en los que apoyarse. Roberta escuchó a este hombre, que era un criminal, después atendió a una ladrona, después a un violador, a un asesino, a un secuestrador, a una suicida, a un maltratador, a una viuda negra, (por cierto que ésta le contó unas historias asombrosas), a todo lo habido y por haber en lo que a corrupción se refiere, y a todos los que tenían dos cosas en común: sabían leer y estaban arrepentidos de algo. Roberta estaba asombrada; qué desfachatez: confundir su anuncio con un teléfono de la esperanza... No tenía nada en contra de este tipo de servicios pero, si ella había nacido para algo, desde luego no era para dar consuelo a nadie. De hecho, en ese preciso instante era Roberta la que necesitaba con urgencia llamar a un teléfono de ayuda porque estaba a punto de echarse a llorar.

Para evitar el simulacro de lluvia que podían lanzar sus ojos, cogió de nuevo el periódico y se entretuvo en leer las ofertas de trabajo y otros anuncios. Señaló el que había junto al suyo: Se ofrece profesor de fines. No porque le interesara, sino porque tenía una falta de ortografía. Después señaló otro en el que decía que se necesitaba camaera para restaurante. Trabajar de “camaera” o camarera, que supuso que querrían decir, no estaba mal. Sin embargo a ella le llamaba más la atención el hecho de corregir las faltas de ortografía y gramaticales que iba encontrando en Anuncios Por Palabras. Después pasó a la Sección de Opinión y Contactos, y en menos de veinte minutos acabó con todo el periódico. Tenía tantas faltas que llamó a la editorial para decirles que hicieran el favor de tener más cuidado con las palabras, que había personas que ponían sus ilusiones en aprender fines cuando en realidad lo que se ofertaba era finés... Y así fue como a Roberta se le ocurrió otra media idea; poner una nueva oferta de trabajo en el periódico: SE PERSIGUEN PALABRAS. Digo que es media idea cuando lo que debería decir, en honor a la sensibilidad de Roberta por las palabras, es una idea a medias, porque el anuncio era de nuevo muy ambiguo.
Roberta aun sigue esperando a que la llamen. Mientras tanto, ha puesto un consultorio telefónico para personas arrepentidas con horario de mañana. Por las tardes va a clase de Finés y por las noches sigue persiguiendo palabras, aunque son las palabras las que la persiguen a ella, porque como decía aquel sabio, las palabras son la persecución perpetua de las cosas.



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X
Palabras
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¿?

Roberta


Roberta sabía de sobra que estaba prohibido escribir en los libros de la Biblioteca, pero de no haberse saltado las normas, jamás habría conocido a Joaquín.

Una mañana tan insípida como otra cualquiera, Roberta se dirigió a la Biblioteca Pública porque la noche anterior había terminado una novela, y no quería volver a la realidad ni un minuto más de lo imprescindible; creía que mientras tuviera algo que leer entre las manos alcanzaría una identidad tan imaginaria como las historias a las que se entregaba, o la misma importancia que una letra de cualquier página, o la nimiedad de una simple palabra. Bueno, de nimiedad nada, porque en el libro que Roberta comenzó ese mismo día, encontró señalada con un círculo la palabra relevo. Ella también se sintió subrayada, como si un lápiz gigantesco la elevara a la categoría de las palabras, aquellos entes, que a diferencia de los seres humanos, tenían significado. El fenómeno la exaltó tanto que si respiraba más fuerte se desmayaría, y no sólo porque relevo empezara por R de Roberta, sino por el hecho de relevar un libro por otro. Siguió leyendo con la esperanza de empatizarse con alguna otra palabra, pero llegó hasta el final esa misma noche sin complacerse por otra cosa que no fuera la historia en sí que arrojaba el libro. De cualquier forma, a Roberta le pareció tan bonito encontrar un mensaje anónimo que pensó que si hubiera sabido quién lo había escrito le habría gustado aun más. Así las cosas, decidió coger otro libro, uno bien grande, con muchas páginas para que la irrealidad durara más horas, y dejar en él un mensaje para el siguiente lector que se lo llevara.

Como devoraba los libros, en menos de tres días Roberta había terminado con aquella marabunta de letras. Después de una horizontal reflexión, volvió a la mitad del libro, y en una misma página señaló letras, sílabas y palabras que conformaran el título del siguiente libro que sacaría de la Biblioteca. Nunca escogía los libros al azar porque tenía un mecanismo para no albergar dudas sobre qué podría leer: cuando leía algo de un autor desconocido para ella y le había gustado, buscaba otro libro del mismo autor pero de tema muy distinto. Después buscaba algo del mismo tema pero de distinto autor y así sucesivamente. Roberta opinaba en su diario de libros, de quienes los escribían e incluso de los lectores. De estos últimos pensaba que había dos tipos: los sinceros, es decir, los que comenzaban el libro y si no les gustaba lo abandonaban sin más; y los falsos, esos que tras leer las primeras páginas, se iban directamente al último capítulo del libro para saber como acaba, aunque no lo hayan leído por completo; gente rara, en fin... Pero a Roberta no le interesaban ninguno de estos tipos de lectores, sino aquellos a quienes les gustase aquel enjambre de palabras tanto como a ella; por eso escribió el mensaje en una de las páginas centrales.

Tal vez imaginara Roberta, que llegaría el momento en que la otra persona querría saber quién era el usuario que tenía el libro descifrado en el otro libro, se conocerían y serían amigos. Aunque si pensaba así, era incomprensible la dificultad que ponía; al leer los libros en tan poco tiempo, era evidente que no la alcanzarían , a menos que el próximo lector fuera más rápido que ella. Y es que a decir verdad, Roberta no quería conocer a nadie: todo esto sólo era un juego muy dinámico que cada vez iba complicando un poco más. Al menos eso parecía, porque la mañana en que fue a sacar otro libro de la Biblioteca y vio al muchacho que sostenía la novela que ella misma había soltado hacía tan sólo diez minutos, no hizo nada para llamar su atención ni darse a conocer. Eso de relacionarse formaba parte de la vida real, y las realidades a Roberta no se le daban muy bien. Prefería inventarse cómo sería aquella persona, aunque ahora ya sabía demasiado: era un muchacho más o menos de su edad cuyo aspecto evocó en Roberta un confuso revuelo hormonal que envió de una patada imaginaria a la papelera de reciclaje de su interior. Y, como pudo leer de reojo en su papeleta de préstamo, se llamaba Joaquín Valiente.

Aquel usuario notó unas pupilas curiosas por encima del hombro mientras escribía su nombre en la ficha. Turbado por la intromisión, hizo un movimiento de cabeza hacia aquella mirada para encontrarse con los ojos de Roberta, que lo miraba como quien mira lo que está detrás. Joaquín deseó que fuera ella la que perpetraba semejante paradoja con los libros: por un lado, cometía cierto vandalismo puesto que de algún modo los pintarrajeaba, mientras por el otro los ensalzaba nombrándolos donde no estaban escritos.

Roberta seguía allí de pie, sujetando el libro que quería llevarse. Y cuando Joaquín decidió abrir la boca para hablarle, ella, con una voz que escondía todo lo que quería decir y no dijo, se dirigió al bibliotecario dejando el libro en la mesa: "este es para devolverlo". Las palabras no acababan de posarse en la oreja del funcionario cuando Roberta ya había salido de la Biblioteca. Joaquín no tardo en coger aquel libro y hojearlo para ver si había algún tipo de señal ajena a la imprenta. Por supuesto, no encontró nada porque Roberta ni siquiera llegó a abrirlo.

Decepcionado, Joaquín Valiente siguió buscando mensajes en los libros sin encontrar nada hasta unos meses más tarde, cuando vio en una novela la palabra relevo marcada.

En cuanto a Roberta, no volvió a escribir en los libros nunca más, pero continuó leyendo los mensajes que Joaquín iba dejando en la biblioteca.

Nueva Cuba


En el año 2007 d. C. una bióloga checa llamada Dita Kafka demostró científicamente la inexistencia de Dios. Lo hizo en público, ante una cadena de televisión alemana, utilizando una simple pajarita de papel. Fue tan contundente la evidencia y tan fácil de explicar como hacer entender con tomates a un niño por qué dos y dos suman cuatro. Al día siguiente Kafka estaba en todas las cadenas de televisión de todos los países. En el Vaticano no daban crédito.
Dejó al mundo boquiabierto y éste, como respuesta, homenajeó a la bióloga de la manera más soberbia que se puede imaginar: comenzando la era que lleva su nombre a partir del mismo momento que anunció el prodigio de la ciencia al mundo entero.
Los líderes de las grandes religiones monoteístas se reunieron en asamblea, y dos días después anunciaron la pérdida de la Fe, y el cese, por así decirlo, de sus respectivas religiones a excepción de un par de iluminados, que profetizaron que en el año 2007 de la nueva era nacería un nuevo Mesías para redimir el pecado y devolvernos la supuesta Fe perdida.
A día de hoy, no ha llegado ningún mesías. Estamos en el mes de diciembre del año 2007 d. K.; es lo que llamamos comúnmente el número mágico, porque se cumplen 2007 años desde el cambio de la era anterior. Las cosas son muy distintas desde entonces.
La verdad es que esperamos que el tal mesías no aparezca, por miedo, más que otra cosa. No estamos preparados para ningún tipo de conflicto bélico, y todos hemos estudiado que la era de Cristo sin duda se caracterizó por el número cuantioso de guerras que sufrió el planeta Tierra.
Ahora existen 18 planetas ocupados pacíficamente, y no hay ninguna guerra desde el año 8 d. K. En febrero del año 7 se acabó el petróleo en todo el mundo y en junio del mismo año un científico alemán llamado Beethoven, como el músico de la antigüedad, descubrió una nueva fuente de energía obtenida de la basura y la contaminación.
Así pues, abolidas las religiones y acabado el petróleo, no había muchas razones para provocar una guerra. Sólo quedaba la xenofobia como motivo para incentivar un desastre, pero no había tantos xenófobos en el mundo. Además, en el año 12 d. K. el astrólogo cubano Eusebio Díaz, localizó otro planeta en el espacio de características similares a las del planeta Tierra, donde acabaron por mezclarse gran parte de las razas que existen en la humanidad, con resultados de seres humanos más inteligentes y afables de los que hasta entonces poblaban el planeta, acabando así con la ignorancia racista. Contaré brevemente su historia.
Eusebio Díaz descubrió el nuevo planeta en el año 12 d. K. como he dicho, y el gobierno de Estados Unidos – país desaparecido tras la crisis económica de 120 d. K., consiguió enviar en el año 14 al 85 % de la población ilegal del país con la promesa de trabajo y papeles. Se trataba de construir una vida, como quien dice, en este nuevo planeta llamado Disney por el presidente de Estados Unidos Walt Disney, al que descongelaron y despertaron en el año 13 d. K. y que compró - además de la presidencia – el nuevo planeta para construir el mayor parque de atracciones jamás visto.
Los ilegales recién llegados a Disney no tardaron en darse cuenta de que formaban parte de una nueva élite de esclavos, listos para construir el ocio de los demás. Una de estas mujeres ilegales, Julia Pérez, que había amasado una fortuna vendiendo ludoína a los hijos de un famoso actor de Hollywood cuyo nombre mantendremos en el anonimato, consiguió contratar a un abogado hindú exitoso en asuntos de esta índole llamado Kaan Blake para llevar a los tribunales esta injusticia que el presidente Disney había cometido con la población ilegal interplanetaria.
Kaan Blake llevó el caso al Tribunal Mundial Superior de Fuerzas Mayores (TMSFM) - para el que yo trabajo. El resultado fue el siguiente: se devolvió al presidente el equivalente del precio por el que compró el planeta. Se desvinculó a éste y a EEUU de toda acción en el planeta Disney, que pasó a llamarse Nueva Cuba, en honor a su descubridor Eusebio Díaz, anulando el derecho de cualquier particular a comprar un planeta. Eusebio Díaz no supo nunca nada de esto, puesto que apareció muerto en su jardín días después del descubrimiento del planeta, que en un principio se creía que había sido localizado por un estadounidense cualquiera, al parecer tataranieto de Disney…, qué coincidencia.
A partir de entonces, la compra de un planeta quedaría en manos del Tribunal Mundial Superior de Fuerzas Mayores. Así pues, el TMSFM decidió permitir el establecimiento y la administración a las personas que ya lo habitaban.
Ahora, en 2007 d. K., Nueva Cuba es el sitio de vacaciones de la mayoría de los científicos de la Tierra, es un paraíso para ellos; un planeta enorme en el que aun quedan cosas por descubrir. Y aunque los científicos ocupan el 50% de la población en nuestro planeta, siempre hay sitio para ellos en Nueva Cuba.
El otro 50%, lo llenamos los burócratas (personal jurídico-administrativo). Esto es así desde 544 d. K. pero no me acuerdo bien de cómo se llegó a eso y además es muy largo de explicar, lo haré en otro capítulo.
Cómo iba diciendo, dentro de la ciencia, hay muchas ramas como la Ciencia del Ocio y el Espectáculo, la Literatura, la Lengua, el Deporte, la Música, etc.
Dentro de los burócratas, estoy yo. Mi trabajo consiste en encontrar soluciones y posibles mejoras en la vida de la población científica. Yo sólo controlo una pequeña parte del sector de la ciencia artística. Es un trabajo entretenido.
Es raro que una mujer sea burócrata. La gran mayoría de las mujeres son científicas. De hecho, cuando te dan el diploma y el título te añaden un segundo o tercer nombre antes del apellido. Yo no soy científica, pero por ser mujer tengo derecho a ese nombre, que no es otro que el de nuestra Dita Kafka. Dicho esto, ya puedo presentarme, mi nombre es Roberta Dita Kafka 1528-V15 y he sido enviada a Nueva Cuba en misión secreta.

martes, abril 11, 2006

Roberta Muerta


Ocurrió durante la época de Navidad. Por estas fechas tan señaladas toda la familia, por llamar a este grupo de personas de algún modo, se había reunido para parecerse a los demás. El mayor de los hermanos llevaba nueve años fuera y sólo venía por vacaciones, que rara vez coincidía con estos meses de belenes y papanoeles. El mediano, aparecía por casa más a menudo y eso era curioso, teniendo en cuenta que los dos últimos años los había pasado pululando por países extrangeros; es de suponer que aquella casa le servía de escala. Y en cuanto a la pequeña, Roberta, ya no era pequeña, de hecho, nunca lo había sido; nació adulta, con buena memoria, mal carácter y el corazón arañado por una posible vida anterior. El papá y la mamá ahí estaban, por si acaso..., sólo que el caso nunca se había dado.
En estos días de polvorón y pandereta, Roberta supo que se estaba muriendo, pero no comentó nada en casa porque sería de muerte sobrenatural, y no conocía la forma de explicar esto; sólo tenía claro que se estaba muriendo por partes, dos para ser exactos: la izquierda y la derecha, aunque no sabía cuál de las dos caería primero, porque hacía mucho tiempo que eran independientes. El lado derecho de su cuerpo estaba lleno de magulladuras, cicatrices y dolores que hacían que envejeciera más rápidamente que el izquierdo. Pero Roberta, que a decir verdad era bastante inteligente, supuso que el lado que moriría primero sería precisamente este último, de no usarlo. No había nada que indicara que tenía inquietud por vivir; siempre fue un lado muy pasivo. Sus sospechas se hacían cada vez más evidentes. Incluso llego a pensar que tal vez estuvo muerto desde el principio si no fuera porque ella fumaba, y fumaba con la mano izquierda.
Roberta se propuso usar más este lado tan vago, pero no obtuvo muy buenos resultados; cada vez que tenía un problema o había algo que la atormentara como para no dormir ( porque Roberta, entre otras cosas murió de insomnio), intentaba escuchar por el oído izquierdo, cerrar el párpado derecho y apretar el puño zurdo. Pero las úlceras reprimidas seguían apareciendo en el lado diestro de su cuerpo.
Antes de que terminaran aquellas navidades, Roberta había muerto por completo; su lado derecho por agotamiento, estrés y un cáncer que se extendía de arriba a abajo y no de izquierda a derecha. El otro lado murió de aburrimiento y de otro cáncer provocado por el tabaco, o mejor dicho, por sí mismo, que la obligaba a fumar tanto para llenar de humo los pensamientos que tanto la acechaban.
En su epitafio dispuso que escribieran: "Aquí yacen las dos Robertas; la izquierda y la derecha. Desaparecidas por muerte sobrenatural".



R.I.P.

Roberta viva


Roberta resucitó por aburrimiento, simplemente, no porque tuviera que cumplir una importante misión, como aparecérsele a alguien en especial o salvar alguna vida... del aburrimiento, claro; porque después de la muerte sólo había eso, aburrimiento. Roberta, que murió de pena, de insomnio, de estrés y también de un cáncer de pulmón, no tenía ni idea de cómo se las había apañado para regresar a la vida, pero ella, mujer de pocas preguntas, pensó que debía ser lo habitual cuando una se aburría después de morirse. Resucitó en plena calle y a la luz del día, nada de cementerios ni nocturnidades, le daban miedo, no fuera a ser que resucitara alguien a la vez que ella y le diera un susto de muerte.
Ocurrió un 26 de abril, había bastante gente porque era un día entre semana y a esas horas la gente normal salía del trabajo. Por suerte, Roberta no era muy normal que digamos y pasó totalmente desapercibida, porque como todo el mundo sabe la gente normal sólo ve a la normal porque tienen ojos normales y porque además les importa un carajo el resto. Pues eso, que Roberta resucitó y le hubiera encantado celebrarlo con alguien, pero no conocía a nadie que no se fuera a asustar de aquel evento. A decir verdad, Roberta no conocía a nadie, era una muchacha algo solitaria, por no decir solitaria del todo. Siempre llevó una vida bastante aburrida, dedicada a leer historias que le pasaban a otras personas, o imaginando cosas que podrían pasarle a ella, pero sólo imaginando, así podía tenerlo todo controlado, por eso son tan fantásticas las fantasías, porque siempre ocurre lo que se desea. De repente Roberta pensó que quizás la vida le estaba dando una segunda oportunidad para mejorarla: tener amigos, salir con alguien o hasta incluso enamorarse. Pero a Roberta todo eso se le hizo un mundo así que fue a la biblioteca no sin gran tristeza al darse cuenta de que había sido un error volver a la vida, ya que estar viva o muerta venía a ser lo mismo. Consiguió un buen libro y decidió perder el tiempo leyendo. Se sucedieron unas horas y como le ocurre a toda la gente, sea normal o no, le entró hambre. Se miró en los bolsillos, pero no llevaba nada, excepto un poco de aburrimiento que se había traído de ultratumba. Para ver si se le pasaba el hormigueo en el estómago se fue a dar un paseo. Al cabo de una hora el hambre se acrecentó y Roberta desesperada, echó mano de un poco del aburrimiento que llevaba en los bolsillos, le dio un pequeño bocado para ver que tal sabía, y ¡puaj! Le supo muy amargo, comenzó a sentir algo que no era otra cosa que el aburrimiento; se aburrió de tener hambre así que entro en un bar aunque no llevaba dinero y pidió un bocadillo de calamares. Y como ya he dicho que no tenía dinero, se zampó el bocadillo antes de que le pusieran la cuenta por delante.
- Cuatro euros – le dijo el camarero.
“ Qué caro” pensó Roberta. No sabía que hacer. Después de titubear unos minutos, llamó al camarero y discretamente, le dijo que no tenía dinero pero que le daba todo el aburrimiento que llevaba en los bolsillos. El camarero no sabía a donde mirar, pensó que Roberta era la loca del día. Pero ella se sacó del bolsillo el aburrimiento y lo puso sobre el mostrador para que el camarero lo viera. Éste, perplejo ante aquella cosa tan amorfa, cogió un poco y se lo acercó a la nariz para olerlo. Le entraron ganas de estornudar pero en lugar de eso vociferó lo aburrido que estaba de ser camarero y se fue sin despedirse. Y así fue como Roberta encontró su primer trabajo.


(continuará)