A Roberta le habían dicho que a esa edad ya debería empezar a buscarse la vida – perdón, la vida no: un trabajo; la vida la encontró a ella veinticuatro años antes y eso que Roberta se había escondido muy bien...
El caso es, ¿en qué podría trabajar Roberta? ¿Qué sabía hacer? Roberta sabía hacer de todo. Bueno, en realidad sabía hacer “mitades”, es decir, podía empezar cualquier cosa, sin costarle en absoluto aunque fuera algo que no hubiera hecho antes pero, jamás concluía nada, a excepción de una cosa: terminar de leer cualquier libro, incluso si no le gustaba demasiado.
En el fondo, Roberta era una muchacha muy normal, o sea, que tenía claro que tener un trabajo no sería la ilusión de su vida. Fue por eso que a Roberta se le ocurrió media idea: buscar un trabajo que no necesitara un fin concreto y que le gustara, porque había oído decir que el primer día que empiezas a trabajar en aquello que te gusta, dejas de trabajar. Decía antes que se le ocurrió media idea porque después no sabría que hacer con ella.
Roberta no tenía claro qué podía ser eso que le gustara tanto, así que se impuso sentarse esa misma tarde a pensarlo durante una hora, pero cuando iba por la media se cansó de pensar y decidió que lo que más le gustaba de todo, aquello que jamás le aburría y podía hacer sin molestia era soñar; soñar despierta claro, porque como ya sabréis, Roberta entre otros motivos, murió de insomnio.
Así las cosas, Roberta tenía dos muy claras: una, que era una soñadora; y otra, que no sabía para qué podía servir el soñar tanto. Después de deambular un rato por el pasillo de su casa – su zona de reflexión – , se le ocurrió buscar la palabra soñar en el diccionario, pero como no tenía el de la Real Academia, cogió el de Inglés-Español, Español-Inglés para ver si le hacía el apaño. S, So, Sol, Son, Sonrosar, Sonsacar, Sonsonete, Soñado, Soñador, Soñar; ahí estaba: to dream / to daydream. A Roberta esto no le dijo nada, así que hizo lo que otras veces, llamar al 1003 y preguntar por el significado exacto de la palabra soñar, para eso era el Teléfono de Información.
En el 1003, un contestador automático le dijo que ese número ya no ofrecía ningún servicio y que los nuevos teléfonos de Información eran muy variados en cuanto al tipo de Información y muy parecidos en cuanto al número, ya que todos comenzaban por 902. El coste de la llamada era... carísimo y que gracias por su llamada. Volvió a marcar, esta vez a un 902. Por suerte, eran los mismos operadores que trabajaban para el 1003, que ya estaban acostumbrados a las preguntas, absurdas desde ese lado del cable, de Roberta. La voz paciente que la atendía le preguntó para qué quería saber el significado de soñar. Ella le explicó todo aquello de ganarse la vida, etc, y el operador le aconsejó que si quería trabajar lo mejor era poner un anuncio en el periódico diciendo lo que sabes hacer. Entonces, se puso tan pesada con eso de soñar que colgaron al otro lado. Le entraron ganas de llorar, pero se aguantó. Roberta no había llorado nunca, le daba pavor; si sólo sabía empezar las cosas y lloraba un día de estos, lo más probable era que no supiese acabar con su propio llanto; ¿y si se ahogaba de tanto llorar? Pensarlo le ponía los pelos de punta, por eso no lo pensaba nunca, no fuesen a darle ganas de llorar el no saber cómo dejar de llorar. En fin, esa anécdota no importa ahora demasiado, lo que sí interesa es que Roberta se quedó con aquel consejo telefónico y fue enseguida a llamar a la sección de Anuncios Por Palabras del periódico local, y Roberta, que era una persona literalmente literal, dictó lo siguiente: SE OFRECEN PRINCIPIOS. Debajo pondrían su nombre y su teléfono.
El insomnio y la paciencia casi acaban con los nervios de Roberta aquella madrugada. Por suerte, igual que empezaba a tener insomnio, a la mitad de la noche empezaba a tener sueño y se quedó profundamente dormida.
A la mañana siguiente, compró el periódico en el que ella debía anunciarse. Y allí estaba, justo arriba de otro anuncio de un tal Joaquín que se ofrecía como profesor de fines. Intrigada, llamó a este individuo, tal vez entre los dos podrían formar empresa... Al otro lado, Joaquín, con una voz embriagadora, le explicó a Roberta que el anuncio tenía una falta de ortografía; no era profesor de fines sino de finés, el idioma que se habla en Finlandia. Roberta colgó el teléfono al borde de la indiferencia e incluso contenta, porque no le gustaba trabajar en equipo, al menos eso es lo que ella misma intentó hacerse creer hasta el minuto después en que soñó despierta que el tal Joaquín la llamaba con su preciosa voz para decirle que estaba arrepentido de querer ser profesor de finés en lugar de fines, y que formarían una empresa juntos dedicada a tener ideas completas, y se verían, y se enamorarían, y..., y..., y sonó el teléfono, pero no era Joaquín, sino un señor que decía carecer de moral y que estos momentos necesitaba unos principios en los que apoyarse. Roberta escuchó a este hombre, que era un criminal, después atendió a una ladrona, después a un violador, a un asesino, a un secuestrador, a una suicida, a un maltratador, a una viuda negra, (por cierto que ésta le contó unas historias asombrosas), a todo lo habido y por haber en lo que a corrupción se refiere, y a todos los que tenían dos cosas en común: sabían leer y estaban arrepentidos de algo. Roberta estaba asombrada; qué desfachatez: confundir su anuncio con un teléfono de la esperanza... No tenía nada en contra de este tipo de servicios pero, si ella había nacido para algo, desde luego no era para dar consuelo a nadie. De hecho, en ese preciso instante era Roberta la que necesitaba con urgencia llamar a un teléfono de ayuda porque estaba a punto de echarse a llorar.
Para evitar el simulacro de lluvia que podían lanzar sus ojos, cogió de nuevo el periódico y se entretuvo en leer las ofertas de trabajo y otros anuncios. Señaló el que había junto al suyo: Se ofrece profesor de fines. No porque le interesara, sino porque tenía una falta de ortografía. Después señaló otro en el que decía que se necesitaba camaera para restaurante. Trabajar de “camaera” o camarera, que supuso que querrían decir, no estaba mal. Sin embargo a ella le llamaba más la atención el hecho de corregir las faltas de ortografía y gramaticales que iba encontrando en Anuncios Por Palabras. Después pasó a la Sección de Opinión y Contactos, y en menos de veinte minutos acabó con todo el periódico. Tenía tantas faltas que llamó a la editorial para decirles que hicieran el favor de tener más cuidado con las palabras, que había personas que ponían sus ilusiones en aprender fines cuando en realidad lo que se ofertaba era finés... Y así fue como a Roberta se le ocurrió otra media idea; poner una nueva oferta de trabajo en el periódico: SE PERSIGUEN PALABRAS. Digo que es media idea cuando lo que debería decir, en honor a la sensibilidad de Roberta por las palabras, es una idea a medias, porque el anuncio era de nuevo muy ambiguo.
Roberta aun sigue esperando a que la llamen. Mientras tanto, ha puesto un consultorio telefónico para personas arrepentidas con horario de mañana. Por las tardes va a clase de Finés y por las noches sigue persiguiendo palabras, aunque son las palabras las que la persiguen a ella, porque como decía aquel sabio, las palabras son la persecución perpetua de las cosas.
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